En los artículos anteriores sobre estilos educativos hemos
visto por un lado, qué características presentan cada uno de ellos en su forma
e identidad y por otro lado cuál o cuáles son las formas de educar que os definen
como madre o padre.
Cuando hablamos de estilos educativos, nos referimos a los
métodos y sus señales que nos identifican en nuestra labor educadora, por
ejemplo: soy estricto, meticuloso, soy dialogante, prefiero que los hijos decidan
aunque se equivoquen, prefiero prevenirles de peligros y riesgos, estoy muy
pendiente de ellos, les doy margen de movimientos, les pongo normas, aplico
consecuencias, nunca les castigo porque creo que los castigos no sirven,
prefiero que ellos detecten sus propias limitaciones, prefiero poner límites,
etc.
No obstante y esto debéis tenerlo muy presente, los estilos puros cuando hablamos de parentalidad (ojo, este término no está aceptado por la Real Academia de la Lengua, es adoptado del adjetivo inglés parental, que viene a significar de los padres) en realidad no existen, no suelen darse tipologías inamovibles y totalmente predecibles. De hecho, los padres suelen utilizar en función de los momentos, las situaciones, los comportamientos, sus propios estados de ánimo o el momento del día, estilos diferentes y por extraño que parezca, incluso contradictorios. Esto ocurre entre otras cosas, porque no somos máquinas, ni funcionamos según una programación establecida, en resumen, sucede porque somos personas y ser persona se aleja bastante del concepto ciencia exacta.
Una dura jornada de trabajo, uno de esos días en los que
parece que nada sale como se esperaba, una discusión con la pareja o con algún
otro familiar, fin de mes y no llegamos, otra llamada del instituto o del
colegio, un día redondo, una valoración positiva hacia mi persona, un
reconocimiento público…, son situaciones muy cotidianas y muy influyentes en
nuestros estados de ánimo y en definitiva en cómo nos vamos a enfrentar a las
situaciones en un momento determinado.
Todo lo dicho, podrá venir a influir en las respuestas que
dé ante una situación y ¡atención importante!, en las formas que lo haga,
pudiendo pasar, ¿por qué no?, de un estilo democrático a primera hora de la
mañana, al más estricto autoritarismo al llegar a casa tras la agotadora
jornada laboral.
Esto dicho así, puede interpretarse como incongruente o
incoherente, sí, es cierto, pero aunque no es lo deseable, podría ser peor. Me
refiero a que normalmente, el ejercicio de los padres y las madres sigue una
línea más o menos homogénea y su comportamiento educativo suele descansar sobre
unas bases generalmente estables. No obstante, si con todo lo visto, os habéis
percatado de que vuestro estilo es muy variable, os recomiendo que os detengáis
a evaluar esto, ya que, muy probablemente, no será lo que vuestras hijas e
hijos necesiten.
En el próximo artículo veremos qué efectos tienen en los
hijos los distintos estilos educativos.
Hasta la próxima y recordad que todo lo que vayáis
descubriendo sobre vuestra parentalidad, puede convertirse en beneficio para
vosotros y vuestros hijos.
¡Saludos!
Muy interesante y muy de acuerdo! nuestra mente no es un ordenador que funcione según una regla exacta, y aunque nuestra forma de educar tienda a un estilo, pueden existir elementos de otro estilo que lo hacen menos puro y más particular. Gracias por la información!
ResponderEliminarGracias a ti por tu comentario e interés Esther.
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