...o cosas que pasan.
Como cada día
sobre las nueve de la tarde (ahora noche), me dispongo a desconectar
enfrentándome a una hora de carrera.
Los primeros metros se hacen más
duros, ya que mi organismo se lamenta del cambio repentino de ritmo en mi
actividad. No es de extrañar, ya que mi profesión apenas requiere esfuerzo físico
alguno, muy al contrario, es muy exigente en el plano intelectual y emocional
ya que va dirigida a personas con problemas.
En esos primeros
metros mi intención no es otra que ceder todo el protagonismo a mi todavía apto
organismo; apto al menos para un rato de carrera continua. Y he de
reconocerles que lo consigo, porque mientras toda mi atención enfoca a mis
piernas para que alternen zancadas, logro desvanecer los pensamientos fugaces
pero intensos, que me seducen al abandono y a la vuelta a casa con
cervecita fresca y tapa de jamón.
Pese a la
tentación, la buena marcha me ha alejado lo suficiente de casa como para
rendirme y enfilada la última avenida antes de alcanzar el Parque donde
invertiré gran parte de mi hora física, ya tengo ganada la batalla.
Ya en el Parque,
hay más gente como yo, corriendo. Otros caminan, patinan, montan en bicicleta,
pasean al perro, devoran pipas en un banco, vigilan a sus pequeños mientras
éstos comen tierra, otros descubren la pasión entre infinitos besos y prácticas
contorsionistas, otros miran como corro, miran a los jóvenes apasionados (con
disimulo), conversan por teléfono, conversan en grupos, critican, se
desahogan…, en fin, lo normal para un parque.
Tal escenario
resulta vivificante: los sonidos, la confluencia de secuencias, situaciones,
protagonistas y guiones.
Inmerso en la
película ya ni siento cansancio y disfruto del correr, ya no necesito mandarme
mensajes de ánimo para continuar, mi mente se libera y, no sin un punto de
crueldad, me empuja a competir y querer ser más rápido que los otros
corredores.
Al forzar el
ritmo necesito mayor aporte de oxígeno, por lo que mi corazón bombea más rápido
y mi respiración se torna urgente y apresurada. Entro en éxtasis.
Mis piernas,
colibríes ellas, levitan y me llevan a la gloria personal de ser el más veloz
del lugar, mientras observo gustoso el quedar atrás de mis falsos
contrincantes. Autorrealización.
Una bofetada
inesperada bloquea mi garganta. Mis fuerzas desaparecen y esas piernas, antes
avecillas, son ahora dos bloques de hormigón.
Me he dado de
bruces con el perfume del Parque.
Es entonces, al
atravesar la densa nube de humo de porro, cuando mi respiración se bloquea, solo
entonces, cuando reparo en que cuestiones cotidianas, admitidas, consentidas
por la mayoría, a veces dañan.
A mí, me ha
obligado a frenar la carrera. Fácil arreglo, aunque no siempre es así.
En nuestra
sociedad, quizá seamos propensos a mirar hacia otro lado ante situaciones
incómodas (consumos de drogas), banalizar, o incluso aceptar con suma facilidad
las mismas. Es cuando evoco dónde y con quién trabajo.
Jóvenes drogadictos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si tienes inquietud o dudas sobre este u otros temas no tratados en el blog, no te lo pienses y deja tu comentario. Te responderemos pronto.